De familia de varias generaciones de molineros, Fran recuerda que fue con la llegada de las máquinas de combustión, a finales de los 40 del siglo pasado, cuando se pararon todas las molinas de Canarias porque los motores a combustión se unieron a las piedras molineras y ya no hacía falta esperar por el viento, ni correr el peligro de colocar las velas. «Se perdió la esencia del gofio verdadero, ya que las máquinas hacen una labor más constante pero menos artesana».
«Hago gofio por pasión, no por negocio. Hoy en día nadie recuerda ver una molina en marcha, es un patrimonio cultural a conservar muy atractivo para el turismo», añade. La idea de las molinas fue importada de Venezuela por los canarios emigrados en la época de las hambrunas, a mediados del siglo XIX, quienes al volver a su tierra las fabricaron más altas porque los vientos alisios eran sus aliados. En Fuerteventura, sobre todo en la zona norte, llegaron a construir más de treinta molinas, de las que hoy quedan nueve declaradas BIC, mientras que se conservan catorce molinos.
Una típica casa majorera de piedra y cal acoge al Museo Activo del Gofio en el pueblo de Tetir, a pocos kilómetros de Puerto del Rosario. En el mostrador de la entrada, una antigua pesa de platillos todavía hace su función, y nos recuerda que acabamos de entrar en un espacio donde aún se conservan las antiguas tradiciones de la isla.
El gofio ha sido la base de la alimentación canaria e incluso prehispánica durante cientos de años, y en el museo se recrea el proceso de obtención completo. «Estamos recuperando la esencia de nuestras verdaderas piedras molineras de lava, que te van a dar una textura y una esencia únicas», reconoce Fran.
Tras la molienda, el tostado del grano se puede hacer de dos maneras: en leña con tierra blanca o en máquina tostadora artesanal alimentada por combustión. En esta última la producción puede llegar de 60 a 80 kilos por hora. La joya de la corona es una tostadora de combustión a gasoil hecha a mano y diseñada para tostar el grano, delicada y con necesidad de ser regulada tanto en los rodillos como en la intensidad del fuego.
Las antiguas herramientas se siguen conservando intactas: un arado, una pesa con sus pesitas, distintos molinillos de mano. En un rincón encontramos un buró o escritorio de persiana que usaron los distintos molineros para llevar sus cuentas y anotar los pedidos, así como el sombrero y el reloj de cadena del abuelo Antonio, que cuelgan en una de las paredes.
A manera de reconocimiento, los rostros de los antiguos molineros se asoman a una vitrina, ya casi al final del recorrido. «Del último molinero hasta llegar a mí pasaron 70 años», recuerda Fran, para quien «la culpable de que se pararan todas las molinas de Fuerteventura fue la máquina de Tetir, hecha por un ingeniero naval en 1947, a la que se le añadió un motor traído de Inglaterra, lo que supuso triplicar la producción de gofio porque ya no había que esperar por el viento».
Para que disfruten los niños y los mayores, el Museo del Gofio propone moler el grano tostado en pequeños molinos de mano para que cada uno fabrique su propio gofio. Fran nos dice también que «les regalo las flores o palomitas de maíz o trigo que salen de la tostadora como si fueran golosinas, como se hacía antiguamente, para mantener la tradición».