«Para poner en marcha este ingenio antiguamente se echaba sebo de vacuno o de cordero, pero hoy se utiliza grasa negra para suavizar el mecanismo de la rueda dentada de la molina, hecha de madera, para que respire y no se pique», explica Fran mientras comienza su labor.
Antes de que la molina eche a andar, se calza con unos tacos. Con el sabor del gofio de millo deshaciéndose en la boca, contemplamos como Fran, subido al engranaje de madera, va desplegando las velas en cada una de las seis aspas de la molina para que la lona caiga como en un barco y el molinero la ajuste de una en una.
Cuando todas las velas están acomodadas, se pone en marcha el mecanismo de fricción entre las dos piedras molineras para triturar el grano, que está impulsado por el giro horizontal de las aspas al pasar la rotación de la rueda dentada al husillo, también conocida como piedra molinera superior.
Fran es un apasionado del mundo de las moliendas de gofio, y cuando habla de ellas se le encienden los ojos según avanza la conversación. «Las molinas tienen unas piedras artesanas de pura lava que te hace una molienda exquisita, o lo que yo llamo el gofio gourmet«, asegura orgulloso. Las bolsas de medio kilo de gofio artesano, ya sea de mezcla o de maíz, se venden a 2,50 euros cada una.
El estremecimiento de la madera cuando la molina está volando obliga al molinero a asfixiarla con grano y a bajarle la velocidad de la piedra, de tal forma que ella por sí misma se vaya frenando. Si el viento cambia de dirección hay que soltar las trincas, quitarle los calzos y llevarla con el timón. Con el viento de frente o de costado no le pasaría nada, pero si le da desde atrás puede romperse la torre y la cabeza de la molina.